Virginia SánchezEsta semana, los colegios han abierto, de nuevo, sus puertas para recibir a miles de niños y niñas que, tras el tiempo estival, se reencuentran, ilusionados, con sus amigos y profesores. La próxima semana, serán nuestros estudiantes universitarios quienes se incorporen al que será su hogar académico durante el curso académico que ahora estrenamos.
Más allá del nivel educativo, hay un rasgo común en ambas escenas: la actual precariedad de los docentes, a pesar de su papel fundamental. Precisamente la Cumbre Mundial sobre los Docentes de la UNESCO, celebrada en Chile el pasado mes de agosto, ya alertaba de una gran crisis docente debido al desgaste emocional y profesional, lo que se refleja en los problemas que rodean su ejercicio diario y en la elevada tasa de abandono experimentada en los últimos años.
Nuestros profesores y profesoras son el pilar fundamental de cualquier sistema educativo. Son los encargados de guiar a los estudiantes no solo en el aprendizaje académico, sino también en su desarrollo personal, social y emocional. Su labor va más allá de impartir contenidos: los docentes modelan valores, motivan la curiosidad y cultivan habilidades que los jóvenes necesitarán para afrontar los desafíos del futuro. Pero, para que los sistemas educativos sean realmente efectivos, es necesario invertir en el bienestar de las personas que ejercen la educación, reconociendo su trabajo con mejores condiciones laborales y un mayor respeto a su labor profesional.
Estoy segura de que ustedes, al igual que me sucede a mí, recuerdan, con cariño, a la mayor parte de sus docentes. No olvidemos nunca que, si hoy somos quienes somos, es, en buena medida, gracias a los aprendizajes que obtuvimos bajo su guía.
Virginia Sánchez
