Hace unos días, escuchando un podcast sobre cómo ha cambiado la vida en la sociedad, me di cuenta de algo: muchos jóvenes, aunque llevemos caminos distintos, compartimos las mismas sensaciones.
Hay un momento en la vida en el que ya no eres un adolescente, pera tampoco sientes tenerlo todo claro. Miras a tu alrededor y ves a personas de tu misma edad con trayectorias completamente diferentes: algunos con pareja estable, planes de vida, hijos una casa… Y tú, quizá, has tenido que volver a casa de tus padres porque la vida te ha llevado por otro camino.
Tal vez dejaste un trabajo que no te hacía feliz. Tal vez te dejaron con todo el amor en las manos sin avisar. Tal vez te sientes en ese limbo en el que no sabes muy bien qué quieres… pero, al mismo tiempo, sí lo sabes.
Porque hay días en los que solo deseas tranquilidad, estabilidad, desaparecer un tiempo o vivir en una casa en mitad del campo. Y otros días en los que querrías lanzarte a por todo lo que sueñas, sin miedo.
Y en medio de todo eso, hay una sensación difícil de explicar: la de no encajar del todo, de no saber si estás haciendo lo correcto, de mirar alrededor y pensar que los demás van más avanzados que tú.
Y es que sí, muchas veces nos sentimos perdidos. Atrapados en situaciones que no funcionan, con trabajos que no nos llenan, con una salud mental desgastada, con una autoestima que tambalea. No estamos como antes, no somos los mismos.
Y si alguien me preguntara qué hacer cuando uno se siente así, no sabría dar una solución. Solo diría: sigue viviendo.
Porque a veces no se trata de tener todas las respuestas, sino de caminar… y dejar que la vida, poco a poco, te lleve a tu sitio. Tardando más o menos, porque cada persona tiene sus tiempos. Y cada vida, su propio ritmo.
Arancha Jiménez