Una frase que tiende a resumir el modo de vida cristiano es «vivir en el mundo sin ser del mundo». Si dejamos de lado la aplicación religiosa de esta sentencia, descubrimos que, en realidad, es un buen eslogan para quien quiera vivir sanamente.
Porque si miramos al mundo a través de las ventanas tecnológicas que tanto abundan hoy: las redes sociales, internet, unos medios de comunicación cada vez menos independientes… solo veremos a personas que no son ejemplo de nada.
Lo que vemos es falsedad, apariencia, arrogancia y egoísmo. Nada es tan verdaderamente bonito como aparece en las pantallas. Los protagonistas de la sociedad española -políticos, ídolos de masas, estrellas- ofrecen una imagen y pronuncian unas palabras que no tienen valor. Sus actos, demasiadas veces, muestran mediocridad, falta de compromiso, incapacidad para asumir las consecuencias de lo hecho, preocupación por sí mismos y no por el otro… en definitiva, todo aquello que condena al ser humano a una vida triste y apagada.
Por eso, no es mala propuesta esa de vivir en el mundo sin ser del mundo. Porque los valores que valen son los de aquellas personas que se preocupan realmente por quien vive con ellos; los de las personas que, sintiéndose frágiles, son capaces de pedir perdón y asumir las consecuencias; los de quienes viven conforme a lo que son, tratando de mejorar y de aportar algo bueno a su entorno y a la sociedad. La vida merece la pena solo si se vez iluminado por la bondad sincera que nace del interior.