Hoy quería hablar de los robos, pero no de los robos “de película”. Hablo de los que van a lo fácil: aprovechar que una persona mayor sale un momento, que se queda sola, que confía. Y entran. A veces incluso con disfraz de normalidad: ahí están los casos de falsos carteros.
Y luego llega lo peor: que el daño no se mide en euros. Se llevan un reloj que era del padre, una alianza, unas fotos, una carta. Se llevan recuerdos. Y eso no lo cubre ningún seguro.
Podemos hablar de alarmas y de cerraduras, sí. Pero también de algo más básico: mirarnos más entre vecinos, acompañar a quien es más vulnerable, y denunciar lo raro. Porque una sociedad decente se reconoce en cómo protege a los suyos.




