Manuel AlbarránHola, Miguel.
Comienzo la temporada poniendo el foco en algo que, aún pareciendo un inocente matiz lingüístico, es tan relevante en nuestras vidas como la comida que comemos o las aficiones con las que ocupamos nuestro tiempo libre: la diferencia entre la expresiones «dejarse engañar» y «ser engañado».
La diferencia es bien simple: el sujeto de la forma verbal «dejarse engañar» es uno mismo, mientras que «ser engañado» implica que un engañador ha superado cualquier barrera que uno pudiera tener para evitar ser engañado, logrando así su objetivo de mentir o estafar a propósito.
En un contexto de infoxicación y de desinformación, es especialmente relevante plantearse cuán activo o pasivo quiere ser uno ante la cantidad de estímulos que recibe. Es cómodo dejarse engañar, recibiendo datos y opiniones de quienes dominan la esfera pública y haciéndolos propios, satisfaciendo así un impulso natural del ser humano: posicionarse de un lado, dividiendo la realidad entre los suyos -que son los buenos- y los ajenos, que hacen de malos.
Más incómodo resulta indagar en el basto océano de información que son los medios, leer con criterio, aprender y formarse una opinión firme y sana; de modo que ningún partido, medio, lobby o empresario sea capaz de engañar a uno.
Ahora bien, si uno no actúa cuidándose a sí mismo y ejerciendo su responsabilidad pública de fiscalizar a quienes ejercen o dominan el poder, pierde, tanto intelectual como moralmente, el derecho a queja.
No nos dejemos engañar por personas que, aún pareciendo dignos de alabanza y buenos depositarios de nuestros destinos, verdaderamente solo piensas en sus propios intereses, los cuales, además, no suelen estar alineados con el bien común.
Manu Albarrán
