“El futuro no se programa: se construye desde el amor y la libertad que habitan en cada persona.”
En un mundo cada vez más modelado por algoritmos, la Iglesia nos invita a reflexionar con profundidad sobre la relación entre tecnología e identidad humana. El documento Antiqua et Nova, publicado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe en enero de 2025, no condena la inteligencia artificial (IA), pero advierte con claridad sobre los riesgos de deshumanización cuando se la desvincula de criterios éticos.
La IA ha venido para quedarse. Como sucedió en su día con la imprenta, la bombilla o Internet, no estamos ante una moda pasajera, sino ante una transformación radical que marcará nuestra historia. Pero precisamente por eso, no puede gestionarse sin alma ni sin una mirada ética.
La Iglesia propone un discernimiento serio: ¿está la IA al servicio del hombre o el hombre al servicio de la IA? Este es el eje antropológico del documento. Frente a la tentación de confiar decisiones morales a sistemas sin conciencia, Antiqua et Nova recuerda que solo el ser humano es capaz de libertad interior, de amar y de ejercer su responsabilidad ante Dios.
Desde la teología, la persona es imagen de Dios, no un ente reducible a datos. La IA puede simular, pero no amar; puede calcular, pero no tener conciencia. La dignidad humana está en juego si confundimos capacidad técnica con sabiduría.
No se trata de rechazar el progreso, sino de orientarlo. La IA puede servir al bien común —especialmente en campos como la medicina o la educación— si se somete a la verdad, al bien y al amor. El documento nos llama a una tecnología con alma.
En tiempos del Papa León XIV, la Iglesia actúa como centinela y compañera de camino. Porque el futuro, como recuerda la fe cristiana, no está determinado por un algoritmo, sino por la luz del Resucitado que ilumina toda historia humana.
Alfonso Hernández García