Hace unos días hablaba con mis amigas sobre la entrada en el mundo laboral, una de las mayores preocupaciones de los jóvenes hoy en día. Tal vez sea un tema que ha inquietado a todas las generaciones, pero la sociedad ha cambiado tanto que, en la actualidad, enfrentamos una gran cantidad de obstáculos en la búsqueda de empleo.
La vida ha cambiado en muy poco tiempo, y cada vez se nos exige más. Desde el primer día que entramos en la escuela, el mundo nos empuja a la lucha por ser los mejores: memorizar, sacar las mejores notas, llenar una carpeta con títulos que engrosen nuestro currículum. Todo se convierte en una competencia en la que luchamos unos contra otros por alcanzar el puesto que la sociedad nos ha enseñado a considerar como “el mejor”. Pero pocas veces nos detenemos a pensar en qué es realmente lo que nos gusta, qué es lo que nos hace felices.
Ante esto, me surge una pregunta: ¿cómo puede ser que la sociedad nos exija llenar nuestro currículum con títulos cuando, al momento de buscar empleo, lo primero que nos piden es experiencia? Pasamos años estudiando carreras, cursos y másteres en los que, en la mayoría de los casos, solo se nos enseña teoría, pero no a enfrentarnos a la realidad del mundo laboral. Un mundo que, paradójicamente, nos cierra las puertas por no tener experiencia, cuando la experiencia solo se gana trabajando.
Además, ya no solo competimos contra otras personas; hemos avanzado tanto que las máquinas se han convertido en nuestros nuevos rivales. Sin embargo, olvidamos que hay una virtud que nos diferencia de ellas y que ninguna inteligencia artificial puede replicar: la humanidad. Una humanidad que, lamentablemente, parece desvanecerse poco a poco, cuando es precisamente lo que más necesitamos en el mundo actual.
Debemos fortalecer nuestra esencia humana. Las máquinas pueden facilitarnos la vida, pero nunca deberían reemplazarnos.
Elena Rodríguez Martín