Hola, Miguel
Raro es el centro educativo que, además de publicitar su excelencia académica, no promociona también la calidad educativa que ofrece, casi siempre en forma de valores que inculca a sus alumnos.
Hoy vengo a presentarte, Miguel, un valor que, sin desmerecer a los demás, ayuda a uno a saber situarse y a errar menos veces: la humildad.
No es difícil equivocarse por intentar ser quien uno no es, o por hacer algo que uno no puede o no sabe, y cree que sí es capaz. Pero peor aún es que, errando, se piense uno que está actuando correctamente.
O, incluso, creer que se le va a premiar a uno por hacer aquello que tiene que hacer.
Llevar una vida sana se cimenta, entre otros aspectos, en conocerse a sí mismo y saber hasta dónde y cómo se puede llegar.
La humildad, puesta en práctica habitualmente, nos evita presentarnos en escenas en las que no nos toca estar y permite que no nos hagamos cargo de papeles que no nos corresponden. La humildad también nos ayuda a definir las pinceladas que nuestro ego, nuestro deseo y nuestra imaginación escudriñan de nuestro futuro.
No practicar la humildad conlleva el riesgo de acabar transitando caminos frustrantes y superficiales, pues nadie puede alcanzar aquello a lo que no está llamado, del mismo modo que nadie puede ser profundamente feliz buscando un reconocimiento superfluo.
Parafraseando un dicho atribuido a Groucho Marx: «es mejor callar y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas».
Manu Albarrán