Dicen que los pueblos mueren de silencio; yo digo que mueren cuando se queda cerrada la persiana del bar. Por eso me ha gustado la idea de Coca de Alba: alquilar el bar por 1 euro al año, con una condición revolucionaria… abrir los fines de semana. A veces la economía se arregla con una llave y un juego de vasos.
Porque un bar rural no es “hostelería”: es tablón de anuncios, consultorio sentimental y oficina de empleo informal; la sociología lo llama cohesión social, pero todos lo sabemos desde siempre: si hay barra, hay conversación; si hay conversación, hay vecindad. Eso no lo digo yo: lo firma el estudio sobre la dimensión social de la hostelería, que recuerda que estos locales son antídoto contra la soledad y la despoblación.
La prensa salmantina lo cuenta claro: local reformado, con escenario; no es un capricho, es infraestructura social para un municipio de menos de cien almas. Y si funciona allí, ¿por qué no en nuestras pedanías? Que cada ayuntamiento saque su mapa de locales cerrados y copie la idea. Un bar no salva el mundo; pero rescata un pueblo del silencio. Y, créanme, a veces la política pública empieza a las seis de la tarde, cuando alguien pregunta: “¿lo de siempre?”.
Ana Plaza