Tal día como hoy, el 9 de diciembre de 1879, fue nombrado presidente del gobierno por tercera vez en 5 años Antonio Cánovas del Castillo. En este día se daba comienzo a la etapa conocida como Restauración, debido a la vuelta de la monarquía con los borbones y Alfonso XII a la cabeza. España venía de un sexenio marcado por el caos y la inestabilidad política, producto de intentar varias formas distintas de gobierno, entre ellas la Primera República o una Monarquia parlamentaria con Amadeo de Saboya como rey. El objetivo era dotar al país de una estructura democrática que era prácticamente inexistente en los 50 años anteriores con la reina Isabel II marcados por su intervención a favor de conservadores y por golpes militares. La propuesta de Cánovas suponía un ingenioso giro hacia el conservadurismo con un modelo basado en el turno entre dos partidos, el conservador con Cánovas y el liberal con Sagasta, que se alternaban en el poder mediante acuerdos previos.
El mayor éxito de su sistema fue conseguir mantener al ejército al margen de la política, al menos 40 años. Para ello, Cánovas, diseñó un mecanismo donde la Corona llamaba a uno de los partidos a gobernar y, después, se convocaban elecciones que confirmaban ese relevo. Obviamente, para que ese turno funcionara, había que amañar las elecciones, que eran un mero trámite que disfrazaba al sistema de democrático. Y así prosperaron prácticas como la manipulación electoral, los famosos caciques en cada municipio y un uso del poder en beneficio de quienes sostenían el sistema.
El precio que hubo que pagar por el orden social y político no fue sólo la corrupción, sino la exclusión de partidos del parlamento y la reducción de posibilidades fuera de aquellos que no fueran los dos partidos grandes ya mencionados. Es un hecho que este sistema tardaría poco en hacer fisuras por las dos principales razones ya dichas. Además, el descrédito al sistema y sus gobernantes se disparó entre la sociedad española, que vio que era una estructura hermética con dos partidos que miraban más por sus intereses y redes clientelares que por los del país. Me suena de algo.
El final de la Restauración demuestra que reprimir ideas y limitar la participación nunca resuelve los problemas de fondo sino que los aplaza para que vuelvan con más fuerza. Por ello, la puerta a un periodo de inestabilidad quedó abierta y surgió de nuevo en 1917, finalizando esta vez con la dictadura de Miguel Primo de Rivera como excusa de nuevo para restaurar el orden.
Volver la vista atrás no es sólo curiosidad histórica, sino que debería servirnos como advertencia del peligro que supone que la ciudadanía deje de sentirse parte del juego democrático. Cuando eso sucede, la desconfianza hacia la política se convierte en un peligro capaz de derribar cualquier estructura.




