Manuel Albarrán
Hola Miguel. Primer día de un macoterano en los Juegos Olímpicos. Ayer llegó nuestro avión y entramos en contacto con la capital francesa. Y sí, digo «nuestro» y «entramos». Permíteme que hable en plural. Porque cuando uno se siente enviado, no observa, ni escucha, ni pregunta para sí mismo, sino que lo hace con la idea de transmitirlo de modo que todos los que lo oyen puedan transportarse hasta donde está quien habla.
En este primer día puedo catalogar a París como una ciudad de contrastes.
Por un lado, lo poco que he visto de organización y seguridad merece un diez. Los responsables de los Juegos se han encargado de transformar una ciudad tan viva y grande en el contexto ideal para que brote el espíritu olímpico: la deportividad sana, el hermanamiento, el aprendizaje, la interculturización.
Por otro lado, ha dado la casualidad de que al lado de mi hotel ayer hubo una concentración de gente reclamando su derecho a una vivienda. Junto a ellos, en zonas no demasiado alejadas de las sedes deportivas, se ven bastantes personas que viven en la calle. Y eso por no hablar de la incomodidad real que supone para los parisinos tener tantas calles valladas, tantas estaciones de metro cerradas y tantas líneas de autobuses desviadas.
No haré demagogia y me posicionaré de parte de quiénes critican estos megaeventos sin dar solución alguna.
Estos eventos, y más unos Juegos Olímpicos cargados de simbolismo histórico y pacífico hay que celebrarlos.
Y ellos requiere, sin duda, del esfuerzo de todos. Así que, en este primer día, que quede ya bien cincelada la palabra GRACIAS a París y a toda su gente.
