Manuel AlbarránEl otro día me preguntó un alumno en clase ¿por qué en el pasado la gente no se expresaba con palabras más sencillas? No es una pregunta baladí ni que resuene únicamente en la mente de alumnos curiosos. A todos nos llamó la atención el lenguaje de libros, revistas, periódicos, reportajes y otros textos escritos u orales del pasado la primera vez que los leímos.
Y puede que se esté perdiendo ese dominio del lenguaje que permitía a nuestros antepasados matizar con precisión sus intenciones, expresarse de manera concreta y detallada. Quizá, hasta hace no mucho, el hombre no disponía de medios por los que priorizar la velocidad de transmisión a la calidad, por lo que se apostaba por elaborar un mensaje adecuado, pulcro, exacto.
Puede que la liquidez y la inmediatez estén modificando también nuestra forma de comunicarnos. El éxito en la actualidad quizá sea comunicar mucho y rápido. Nos pasa a todos, con los servicios de comunicación inmediata y con las redes sociales, y les pasa también a los profesionales de la comunicación.
Como parte de nuestro acervo cultural, debemos caer en la cuenta de que tenemos una responsabilidad para con nuestro lenguaje: conocerlo, cuidarlo, disfrutarlo y usarlo. No es necesario sonar rimbombante ni ser quisquilloso en nuestras conversaciones informales, pero quizá sí debamos ampliar nuestro vocabulario afín de tener más recursos con los que expresar la infinitud de pensamientos y sentimientos que vivenciamos.
