Y otra vez, Estados Unidos se pone en modo sheriff comercial. Que si los aranceles al aceite, que si el vino, que si las aceitunas. Dicen que es para proteger a sus productores. Y a uno le dan ganas de preguntar: ¿y nosotros, los consumidores europeos, a quién le pedimos protección?
Porque cada vez que se enciende esta guerra de tarifas, los primeros en caer no son las multinacionales ni los burócratas de traje y corbata. No. Los primeros en caer somos nosotros: los productores, que pierden mercado; y los consumidores, que acabamos pagando más por lo mismo… o por algo peor.
El aceite de oliva español, ese que tanto aprecian en las cocinas de Nueva York y Chicago, ahora lleva una etiqueta invisible: “con suplemento arancelario”. ¿El resultado? Pierde competitividad, se cancelan pedidos y, al final, lo que no se vende fuera se encarece dentro.
Y mientras tanto, en Washington, se habla de justicia comercial. Como si castigar al Manchego o al Rioja fuese una noble cruzada por el interés común. Spoiler: el interés común nunca incluye al consumidor europeo.
Así que sí, se avecinan nuevos aranceles. Trump ya calienta la maquinaria electoral y, como siempre, lo fácil es disparar al extranjero. Pero que no se engañe nadie: aquí los tiros nos llegan también. Y nos entran, cómo no, por el ticket de la compra.