Ana PlazaHoy les hablo desde Tenerife. Estoy en una explotación platanera, rodeada de un grupo de mujeres agricultoras y ganaderas que llevan toda la mañana mostrando nuevas formas de producir, de innovar, de resistir… y, sobre todo, de sostener la vida en el medio rural.
Y mientras recorro la finca con ellas, pienso en algo que ayer quedó muy claro en el Congreso de Mujeres Rurales celebrado aquí, en Canarias: las mujeres del campo han sido siempre esenciales, pero rara vez visibles.
Lo vemos a pie de parcela. Además de lidiar con la burocracia, la sequía o la competencia desleal, muchas siguen cargando con el cuidado de hijos, mayores y la casa. Y aun así, están aquí: gestionando explotaciones, impulsando cooperativas, creando empleo y tomando decisiones que mantienen en pie al sector primario.
Las escucho hablar de titularidad compartida, de conciliación, de formación, de futuro… y es imposible no admirar su empuje. Porque, a pesar de los obstáculos, cada vez están más preparadas, más formadas y más decididas a ocupar el lugar que les corresponde.
Por eso es tan importante darles visibilidad. Contar lo que hacen. Reconocer que sin ellas no habría agricultura, ni ganadería, ni medio rural vivo.
Hoy, entre plataneras, lo tengo más claro que nunca: la igualdad también se cultiva. Y el campo español tiene nombre de mujer.
