El otro día, hablando con un amigo, me contaba que de niño tenía muy poca paciencia y ahora es la persona más paciente que conozco. Yo le respondí que siempre he pensado que la paciencia se adquiere con los años, pero también con las experiencias.
Y es que, en muchos casos, aceptar que hay cosas que llevan su tiempo y confiar en que todo llega cuando tiene que llegar, forma parte del proceso que la vida nos enseña. Aprender a tener paciencia con las pequeñas cosas quizá sea la mejor preparación para afrontar retos más grandes, aquellos que requieren más tiempo y esfuerzo.
Vivimos en una sociedad donde todo es inmediato, donde queremos algo y lo tenemos al instante. Por eso, ser paciente a veces se vuelve un reto. Pero la paciencia es necesaria, nos ayuda a gestionar la frustración y a disfrutar más de cada paso del camino.
Porque, ¿qué tiene de malo esperar? A veces, la espera nos permite valorar más lo que llega y nos enseña a vivir el presente.
Tal vez deberíamos empezar a ver la espera como algo bonito. Al fin y al cabo, lo que tanto anhelamos, cuando por fin llega, a menudo se desvanece demasiado rápido. Así que disfrutemos del proceso, del tiempo que nos toca esperar… porque ahí también está la magia.
Arancha Jiménez