Julio López‘Suum cuique tribuere’, «dar a cada uno lo suyo», es la esencia de la justicia. Esta máxima, una de las concepciones primigenias del pensamiento jurídico, ha sido asumida universalmente a lo largo del tiempo. Sin embargo, la verdadera dificultad se encuentra en determinar qué es exactamente «lo suyo». Establecer lo que a cada uno «le corresponde» requiere una reflexiva y sosegada labor encomendada a jueces y magistrados. No podemos olvidar que la justicia, que emana del pueblo, es administradapor quienes han sido investidos con su confianza para ejercerla con imparcialidad y rigor. A nadie debería escandalizarle esto.
Se oyen cantos de sirena en el Consejo de Ministros que anuncian propuestas de reforma en la carrera judicial y fiscal bajo proclamas de excelencia y modernización. Ahora bien, ¿revestir de mayor potestas al Fiscal General del Estado es promover la modernización? ¿Alguien cree realmente que, equiparar en igualdad de condiciones a un millar de jueces sustitutos que no han accedido a la magistratura mediante un proceso basado en el mérito y la capacidad, se asemeja a la excelencia? Tanto como un huevo a una castaña. El propósito de un sistema en el que «muchos son los llamados y pocos los escogidos» no es otro que garantizar la suficiente preparación de quienes con éxito lo superan. Y este es solo un ejemplo. Las supuestas bondades de estas reformas son, en realidad, caballos de Troya que esconden intenciones contrarias a las garantías que consagra la Constitución.
Ante estas provocadoras propuestas, las movilizaciones judiciales a las que hemos asistido estos días nos invitan a repensar las bases sobre las que queremos edificar el Estado de Derecho de las próximas décadas. Es momento de elegir entre excelencia o mediocridad, independencia o politización. El sistema ya está en buenas manos. A nadie debería escandalizarle esto.
¡Feliz semana, tatos!
Julio López
