Hay días en los que el cuerpo habla más alto que la cabeza.
A veces lo hace en forma de cansancio, otras con un simple dolor de garganta, y otras, con ese no sé qué que te deja sin fuerzas. Y ahí entendemos que no siempre se trata de un virus o de una mala noche. A veces se trata de todo lo que no nos hemos parado a sentir.
Vivimos tan deprisa que se nos olvida que el cuerpo también tiene voz. Que no está hecho para funcionar siempre al cien por cien, que también necesita pausas, calma, y silencio. Pero, claro, en un mundo que nos aplaude cuando no paramos, parar parece casi un acto de rebeldía.
Sin embargo, el cuerpo no miente. Nos avisa, primero en susurros y luego a gritos. Nos pide descanso cuando llevamos demasiado tiempo cargando más de la cuenta. Y cuando no lo escuchamos, encuentra su manera de hacerse oír.
Quizá parar no sea rendirse. Quizá parar sea empezar a cuidarse de verdad. A veces basta con dormir una hora más, con no hacer nada sin sentir culpa, con bajar el ritmo y simplemente estar.
Porque el cuerpo también tiene memoria, y cuando lo tratamos bien, nos devuelve bienestar. Así que, si el cuerpo te dice “para”, no te enfades con él. Agradécele que te esté recordando lo que tú habías olvidado: que también mereces descanso.




