El deseo de ser importante

«Todo el mundo quiere hablar de sí mismo, que le reconozcan sus méritos, por pequeños que estos sean»
14 de marzo de 2024 - 1:58 pm

Buenos días, hoy quiero hablar del yo, no de mí, sino del yo, ese pronombre personal que utilizamos tanto, cuando deberíamos hacerlo tan poco. Una Compañía Telefónica de Nueva York realizó un detallado estudio de las conversaciones por teléfono y comprobó cuál es la palabra que se usa con mayor frecuencia en todas ellas. Sí, efectivamente, la palabra «yo». El pronombre fue empleado 3.990 veces en quinientas conversaciones telefónicas. Yo. Yo. Yo. Yo. Yo. Y si eso hacemos con las palabras, lo mismo hacemos con las imágenes. Una prueba muy sencilla: mire una fotografía de un grupo en el que esté usted,…. ¿a quién mira primero?

Todo el mundo quiere hablar de sí mismo, que le reconozcan sus méritos, por pequeños que estos sean. Queremos ser valorados. Y nos estamos olvidando de escuchar al otro, de escuchar a los demás. Aunque sólo fuera por respetar a la propia naturaleza deberíamos llevar a la práctica, más a menudo, aquello de “ver, oír y callar”. Tenemos dos ojos, dos oídos, dos piernas, dos brazos, pero una sola boca; por algo será, digo yo.

Sigmund Freud, uno de los más distinguidos psicólogos del siglo XX, decía que todo lo que hacemos surge de dos motivos: el impulso sexual y el deseo de ser grande. Pero fue el profesor John Dewey, el más profundo filósofo de los Estados Unidos, quien formuló la teoría con cierta diferencia. Dice Dewey que el impulso más profundo de la naturaleza humana es «el deseo de ser importante».

Mire, casi todos los adultos normales tienen su escala de valores; básicamente quieren: salud, dinero y las cosas que compra el dinero, amor, alimentos, sueño, vida en el más allá, satisfacción sexual, el bienestar de los hijos y un sentido de propia importancia. Casi todas estas necesidades se ven complacidas en la vida, todas, menos una. Pero hay un anhelo casi tan profundo, casi tan imperioso como el deseo de alimentarse y dormir, y ese anhelo se ve satisfecho muy pocas veces. Es lo que llama Freud «el deseo de ser grande«. Es lo que llama Dewey «el deseo de ser importante«.

Por otra parte, el aprecio es el principio más profundo del carácter humano. No es un deseo, es un anhelo, el anhelo de ser apreciado. Y ese es el secreto de los grandes líderes, que son capaces de elogiar a sus semejantes en público y en privado. Alguno lo ha hecho hasta después de muerto. Como ejemplo, este epitafio en la tumba de un cementerio: «Aquí yace un hombre que supo acompañarse de hombres más hábiles que él». Ese hombre tenía que ser magnífico. Y es que… a todo el mundo le agrada un elogio. ¿Por qué lo escatimamos tanto?. En algún libro tengo leído que “el individuo que no se interesa por sus semejantes es quien tiene las mayores dificultades en la vida y causa las mayores heridas a los demás. De esos individuos surgen todos los fracasos humanos”.

Pero cuidado. El interés por el prójimo, lo mismo que todo lo demás en las relaciones humanas, debe ser sincero. Debe dar dividendos no sólo a la persona que muestra el interés, sino también a la que recibe la atención. Es una vía de dos direcciones: las dos partes se benefician. «Nos interesan los demás cuando se interesan por nosotros». En caso contrario caeríamos en el fariseísmo que tanto nos perjudica. Ya saben: No temas a los enemigos que te atacan. Teme a los amigos que te adulan. Ala, a tomar ejemplo. En fin, …. hasta otro día.

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