Esta semana, uno de los temas recurrentes e intrascendentes en buena parte de nuestras conversaciones ha sido, seguramente, el cambio de hora. Como en cualquier cosa que pasa en este país, hay gente que está a favor de un horario, gente que está a favor de otro y gente que no se entera de cómo hay que proceder ante las manecillas del reloj.
A pesar de ello, y poco a poco, la propia sociedad se va encargando de facilitarnos la vida. La mayor parte de los relojes digitales –ya sean de muñeca o en nuestros teléfonos móviles, ordenadores y otros dispositivos electrónicos– realizan la conversación de manera automática. Ya son pocos los mecanismos que tenemos que ajustar, manualmente, viendo cómo las manecillas van pasando, lentamente, y una a una, hasta llegar a la hora que nos exigen.
Según se comenta, pueda llegar un momento en el que nos deshagamos de esta tortuosa práctica y de todos los efectos que en nosotros genera el sueño, el descontrol horario, el no saber en qué momento exacto del día nos encontramos y el debate eterno de si estamos durmiendo una hora más o nos están robando parte de nuestra vida. Lo que no cambia es que el tiempo es oro. Aprovechémoslo en lo importante.
Virginia Sánchez Rodríguez