Cada año, en numerosas ciudades y pueblos, las procesiones religiosas se convierten en eventos de gran relevancia cultural y espiritual. En ellas, los músicos desempeñan un papel esencial, aportando solemnidad, emoción y un sentido de identidad a estas manifestaciones. Sin embargo, a pesar de su importancia, es frecuente que su trabajo sea subestimado y poco valorado, especialmente en lo que respecta a su remuneración y reconocimiento.
Cuando una formación musical firma un contrato para tocar en una procesión, muchas personas creen erróneamente que su trabajo se limita a presentarse el día del evento y ejecutar algunas marchas. Nada más lejos de la realidad. Los músicos invierten incontables horas en ensayos, preparación individual y grupal y estudio de partituras. Además, en muchos casos, deben asumir gastos personales como la compra de sus propios instrumentos, mantenimiento, transporte y uniformes.
El nivel de dedicación que implica ser parte de una formación musical procesional es inmenso. Desde semanas, e incluso meses antes del evento, los ensayos se intensifican para garantizar la mejor calidad interpretativa posible. Cada marcha procesional requiere precisión, coordinación y un alto nivel de resistencia física, ya que se tocan durante largos trayectos y en condiciones que no siempre son favorables.
Uno de los aspectos más preocupantes es la compensación económica. En muchas ocasiones, los músicos reciben pagos que apenas cubren sus gastos, y en los peores casos, se les exige participar gratuitamente con el argumento de que «es una tradición» o «un honor» tocar en la procesión. Este menosprecio económico es una clara muestra de la falta de reconocimiento hacia su arte y su esfuerzo.
Además, las bandas suelen estar formadas por asociaciones que deben autogestionarse económicamente. Los ingresos que obtienen por sus presentaciones muchas veces se destinan a la compra de nuevos instrumentos, renovación de vestuario o el mantenimiento de locales de ensayo. Es decir, el dinero recibido no siempre va directamente al bolsillo de los músicos, sino que se reinvierte para garantizar la continuidad de la agrupación.
Es imprescindible que la sociedad reconozca el valor del músico como un profesional y no como un simple aficionado que participa por placer. La música es un arte que requiere disciplina, sacrificio y años de formación. Así como nadie esperaría que un carpintero o un electricista trabajara sin una compensación justa, tampoco se debería normalizar que los músicos sean infravalorados en eventos tan importantes como las procesiones.
Es hora de cambiar la percepción y empezar a valorar el trabajo de los músicos desde una perspectiva justa. No basta con agradecerles con un simple aplauso; es necesario reconocer su esfuerzo con condiciones laborales dignas y un respeto real por su profesión. Solo así se garantizará que la música siga siendo un pilar fundamental en las tradiciones, interpretada con la calidad y la pasión que merece.
Fernando Hernández Castilla